jueves, febrero 01, 2007

MIRADA DE DIOS
Y sal, sangre, sal,
sal de mi cuerpo.
Sal y vuelve a entrar
anegada en venenos.

Nacho Vegas


Frente a mi yace una botella de vino quebrada y el liquido esparciéndose por toda la cocina. Junto a los vidrios rotos me hallo yo trémulo por los cortes en la piel. Se confunde la sangre con el vino que avanza lentamente. El dolor en las piernas me sobrepasa, creo que están inutilizables o pronto lo estarán si no son tratadas. Esta posición tan incomoda en que me encuentro, me permite observar que los trozos de botella no son los únicos que se encuentran en el piso: bajo el refrigerador, junto a las cucarachas muertas que descansan sobre cucharas que creía perdidas, se encuentran una serie vidrios de vasos quebrados.

Fue el angosto espacio en la puerta el que provocó mi caída. Un lerdo golpe del hombro contra marco de la puerta basto para perder el equilibrio. Ya no soy el mismo de antes, cada año, día y hora que pasa pierdo más fuerza física, soy como las piezas del reloj nunca aceitado, desgastándose día a día.

Pero no soy el único responsable de esta torpeza. Es este departamento llamado de un ambiente el que no me permite desplazarme con comodidad. Rememoro a la mujer dueña del departamento, era obesa y de una edad en la que su amargura no tenía vuelta. Me sorprendió lo mucho que transpiraba parecía estar bajo una ducha. Escupía palabras y saliva espesa. Si acepté el departamento tan rápidamente fue por mi desesperación de alejarme lo antes posibles de esa mujer. Juro que si hubiera tenido un cuchillo a mano, se lo hubiera clavado tres veces en el corazón al gran trozo de carne parlante. Un favor le haría a ese ser con cortarle la vida sin sustancia que debe haber tenido en esta ciudad podrida desde las entrañas.

Este departamento, tiene paredes que lloran sangre, y no son lagrimas de la Virgen María ni menos de los santurrones que tanto adoré en el pasado. Es probable que sea un gato muerto que se pudre en mi techo, o quizás un hijo de perra que fue silenciado con total justicia. Aplaudo cada vez que se da muerte a alguna de las escorias que deambulan por la nauseabunda urbe. Cogoteros, violadores, lanzas y cuanta lacra existente, deben ser degollados y arrojados a un pozo que tenga una profundidad de no menos de 300 metros. Son muchos los que serían tirados, por lo que el pozo deberá ser lo suficientemente profundo para soportar tanta mierda. El único que se salvará, es el asesino. Ajusticiador por naturaleza, merece ser no solo respetado, sino alabado como un semidios. Como no agradecer al individuo que nos libera de las pestes que desbordan las calles y además le da la tranquilidad al exterminado de terminar con la batalla existencial que nunca le fue grata.

Está ciudad se ve rebasada de podredumbre que nace del fondo de cada parasito que la habita. Todo se cae a pedazos, desde los bares plagados de mafias orientales hasta las comisarías en las que abundan ratas obesas y corruptas. Me asquea tan solo el echo de pensar en salir de mi ostracismo que soporto de buena forma en el departamento que habito; pero lamentablemente soy un ser corpóreo, que requiere alimentarse para sobrevivir. Estoy obligado a recorrer supermercados y boliches a la espera de la oferta del día; frutas podridas y pan de varios días son mis sustentos; Como buitres que buscan la carroña más manoseada y mutilada. Ansío el día que en alguna de mis salidas sabatinas una bala perdida me alcancé desangrándome por completo como un cerdo en el matadero. No hay duda que ese día llegará, es mi destino, y no será la vejez la que me aniquile, y menos la inmolación, eso es para cobardes.

Si hay algo que me aterra es tener que vivir 5 o 10 años más y convertirme en un octogenario que se descompone por dentro, tal como el hijo de perra que yace en mi entretecho. ¿Quien le dijo al cuerpo que era bueno luchar por mantenerse con vida, hasta al límite de las posibilidades?. Seguro fue algún ser etéreo que sonríen en su mierda puritana. Santos, lamedores del culo de dios que tanto dinero me dieron en el pasado. Por que si hay alguien que supo como estrujar la costilla de Dios y llenarse los bolsillos de billetes, ese fui yo. Pero no fui un estafador de poca monta como los hay por montones en la iglesia. Simplemente mi discurso que tanta enseñanza entregaba a los vejestorios que poblaban mi templo, necesitaba una recompensa a la altura de sus palabras, es decir, altos diezmos de los feligreses más pudientes y una que otra caricia de los jóvenes que me acompañaban en la misa.

Estas piernas: Me pongo a recordar hechos acaecidos hace siglos y olvido que mis extremidades están desgarrándose de dolor. Quizás deba aprender a reptar. Que útil sería no tener que preocuparme por mover mis longevas piernas, librándome de mirar la cara de la basura que emponzoña las calles. Convertido en una serpiente remitiendo su vida a subsistir alimentándose del más débil. Insectos, arácnidos y pequeños roedores serían mis manjares. El cuerpo gobernando a la mente. Por año es reflexionado sobre estos instintos primitivos, que sin duda, deberían ser la evolución natural del hombre. Sería la única la forma de detener la autodestrucción que lleva acabo la humanidad. Pero ya aprendí en el pasado que son muy pocas las mentes preparadas para concebir un discurso como este: Mis sermones en el templo duraban horas tratando de explicar mi teoría de la revolución existencial, llegué a eliminar la comulgación dejando como único rito el de la confidencia. Pero fui parado en seco y fueron mis palabras las que provocaron mi expulsión de la santa e hipócrita iglesia y no mis juegos íntimos con los lampiños chiquillos. El arzobispo fue claro en su exposición: Los lujos son aceptados de buena forma; autos y casas junto a la playa son agradecidos con reverencias; jóvenes vírgenes y retiros espirituales son necesarios para soportar de buena forma la sotana. Pero lo que nunca debes ser ni siquiera respirado, son las interpretaciones personales de la Santa Biblia. Si ni el mismísimo Papa puede darse ese lujo, menos lo hará un padre de un pueblucho que se está cayendo a pedazos. Tuve dos opciones: Me enclaustraba en un convento con un montón de frailes desquiciados, o era excomulgado y despojado de todos mis bienes. Mi respuesta fue clara, escupí en la cara del arzobispo y di media vuelta para no volver nunca más a pisar un templo.

Desde entonces he limitado mi rutina diaria a subsistir con lo mínimo, dejando de lado todo lujo de la modernidad: Televisores, radios o cualquier aparato electrónico, perturban la mente y la adormece. También han desaparecido los textos de mi vida, ya leí bastante en el pasado y se con que payasada puedo llegar a encontrarme. A pesar de haber bajado cerca 20 kilos, mi estado físico es lo suficiente bueno como para permitir levantarme y recorrer mi departamento sin problemas. Rechazo cualquier visita que pudiera perturbar mi enclaustramiento. Los saco a escobazos recibiendo más de alguna queja de la administración del edificio. Zánganos que vienen a ensalzarme por mis palabras en el pasado. Tuvieron su oportunidad en mi época de predicador, pero ya no estoy para esos trotes. Algunos tienen la desfachatez de presentarse con sus crías con la intensión de explicarme que es en las nuevas generaciones donde está la esperanza de una nueva humanidad. Pobres y equivocados infelices. Su simpleza no les permite observar la insensatez de la procreación. Son tantos siglos de civilizaciones putrefactas, que en estos pequeños seres la inmundicia corre por sus venas desde el nacimiento.

Entre tanta palabra y pensamiento, mi morada se está apoderando de una vehemente oscuridad, mientras, permanezco desparramado en el piso sin una posibilidad de una pronta mejoría. No puedo negar lo útil que serían en este momento unos brazos jóvenes en donde apoyarme. Pero es inútil empezar a replantearme mis principios a estas alturas del camino. Las cartas están echadas y debo entender que lo único que me queda son precisamente esas palabras que me empiezan a generar ciertos pensamientos contradictorios y angustiosos. Es innegable lo difícil que ha sido luchar contra la corriente, décadas dando explicaciones a medio mundo por palabras de difícil entendimiento. Que daría por no sentir estos remordimientos producto de mis acciones pasadas, mas es difícil, sobre todo si no se tiene a nadie a quien amar, a quien llorar, a quien engañar; Todo se viene hacia mí y me tira contra las murallas. Que lamentable esta situación, cuantos días pasaran, cuantas risas serán disfrutadas y orgasmos gritados antes que mi cuerpo sea encontrado. Estas agrias emociones las siento como un taladro perforando mi alma. Es amargo, pero creo estar perdiendo fe en mi antigua monomanía. Debería elegir entre dos cosas para terminar con esta agonía: Gritar fuertemente por ayuda, o apurar la llegada de la muerte. Mas no haré ninguna de las dos, simplemente me quedaré quieto esperando lo que me depare el destino. Este purgatorio físico y emocional que estoy sintiendo será mi flagelación por tanto pecado cometido.

Creo estar delirando; Veo niños que levitan sobre mí, riendo y bailando como en una gran celebración de fin de año. Escucho discursos de bienvenida sobre mi espalda, pero no alcanzo a percibir si es una voz de mujer u hombre. Por momento siento que me sumerjo en un gran lago, sin poder evitar ahogarme una otra vez. Parece que llevara años en esta situación, las cucarachas deambulan por mi rostro como si mi cuerpo ya formara parte del frío suelo de la cocina. Pero no he de quejarme, debo aceptar mis errores y permanecer en silencio; Mucho silencio es lo que necesito.

Tom Waits- Chocolate Jesus

Posteado por Cronopio a las 6:39 p. m. -